La discrepancia y la crítica son el alimento que nutre, estimula y vigoriza a la democracia. Criticar no es atacar y el crítico no necesariamente es adversario. Repeler la crítica invalidando al crítico equivale a cortarle la cabeza al mensajero que trae noticias negativas.

A últimas fechas al presidente López Obrador le ha dado por exhibir en la pantalla extractos de expresiones críticas hacia su gobierno o su persona, auxiliándose de la voz del director de comunicación para exponer a supuestos adversarios, ejerciendo acto seguido su presunto derecho de réplica, yéndose a la yugular de los por él mencionados como desesperados que lo están atacando con todo, sin darse cuenta que ya cambió la mentalidad del pueblo que no es tonto, que está avispado y ya no se deja manipular. AMLO se considera el presidente más atacado desde Madero, lo cual probablemente sea cierto, tratándose del presidente con mayor presencia pública y nada parco en sus continuas y controvertidas declaraciones, además de que hoy las redes sociales expanden los sucesos de inmediato. La popularidad de AMLO no se discute, pero aun así, es más conveniente sumar adeptos que menospreciar oponentes.

Fomentar la polarización entre compatriotas por discrepancias políticas no tiene cabida en el manual de buen gobierno. A estas alturas asegurar que la violencia que hoy vivimos en nuestro país es el fruto podrido de un modelo económico materialista e inhumano derivado del periodo neoliberal, resulta un argumento improcedente. Precisamente AMLO convenció al electorado porque él sabía como sacarnos del atolladero, principiando por el abatimiento de la violencia.

Definitivamente no podemos sustraernos a los estragos económicos –se prevé una contracción económica del 9% en 2020- y a la pérdida de vidas humanas –sobre 104 mil muertes oficiales- a lo largo de nueve inusitados meses de presencia del invisible coronavirus. Al respecto, las palabras de López Obrador reconfortan: “Hemos tomado las medidas adecuadas, la gente se portó muy bien…tenemos afortunadamente finanzas sanas para que no nos falten recursos para atender la pandemia”. Sin querer presumir, el presidente explica que se está remontando la pérdida de empleos, satisfecho por la apreciación del 2% de nuestra moneda en dos años. Sin embargo aparecen los otros datos, en este caso los emitidos por Bloomberg News, que entre una lista de 53 naciones, colocó a México en el lugar 53, es decir, en el último sitio como el país que peor ha manejado la pandemia del Covid-19, con 8.6% de tasa de mortalidad mensual, 782 muertes por cada millón de habitantes y 62.3% de tasa de positividad sobre las escasas pruebas aplicadas. En términos económicos- de acuerdo al Coneval- la pandemia proyectó la pobreza a niveles record, ampliando la brecha de desigualdad, derivado de la pérdida de empleos, disminución en percepciones laborales y aumento en el costo de la canasta alimentaria. Al tercer trimestre del año, el porcentaje poblacional con ingreso menor al valor de la canasta básica se elevó del 35.7% al 44.5%, el poder adquisitivo del ingreso laboral real per capita disminuyó 12.3% y la inflación promedio anual se ubicó en 3.9%. Según la Secretaría de Economía al tercer trimestre del año la Inversión Extranjera Directa disminuyó 10% en relación al mismo periodo de 2019. El pasado octubre inversionistas foráneos vendieron bonos mexicanos por 55 mil 90 millones de pesos, acumulando siete meses consecutivos de flujos negativos.

Nosotros, usted y yo, también tenemos otros datos: la lana no fluye y el virus no cede.

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