Mes tras mes, sin que nunca falte de mencionarse, las autoridades se congratulan de que nuestros paisanos que radican fuera del país manden grandes remesas hacia México. Esto constituye, implícitamente, un reiterado insulto a nuestros emigrantes. Es más que obvio que la gran mayoría de ellos no emigraron porque de repente les nacieron las ganas de conocer el resto del mundo, sino más bien porque fueron tácitamente expulsados de México al no poder encontrar aquí un trabajo digno.

Además, al contrario de lo que las autoridades piensan, la gran mayoría de los emigrantes mexicanos no están en estos momentos partiéndose el lomo porque simpatizan con este gobierno o con cualesquiera de los anteriores. Desde hace años, los presidentes que México tenga o deje de tener les importan, con justa razón, un comino. No, los emigrantes están ahora trabajando a brazo partido, con sangre, sudor y lágrimas, por un solo motivo: sus familiares cercanos que viven en México se encuentran en una situación económica grave, si no es que muy grave, debido a la crisis suscitada por la pandemia.

Tanto para la economía mexicana, la estadounidense y las economías de muchos otros países, la caída en la producción mundial que se dio durante los pasados meses de abril, mayo y junio fue tan pronunciada que uno tendría que remontarse a los años de la llamada Gran Depresión (1929-1932) para poder establecer algún paralelismo. Esto ha hecho, en particular, que los organismos internacionales pronostiquen que en este año habrá una caída en las remesas mundiales del orden del 20%. Si esto resultara ser cierto, significaría para muchos países pobres, quienes viven literalmente de sus remesas, una crisis humanitaria de proporciones dantescas.

México, por fortuna, es un país con una producción ya altamente diversificada. Además, nuestro país cuenta con unos emigrantes que son, literalmente, fuera de serie. Unos emigrantes que en estos momentos se están partiendo el alma por sus familiares en México, y que, de manera indirecta, lo hacen por el resto del país. Unos emigrantes que no solo no redujeron sus remesas tras la crisis sino que, al contrario que muchos, incrementaron los montos del segundo trimestre respecto al primero en un 5%. Ese incremento logrado por nuestros paisanos durante los tres meses más virulentos de la crisis es extraordinario. Solo pudo ser hecho trabajando sin parar, agotando sus ahorros, pidiendo prestado o reduciendo al límite su propio consumo.

La diáspora mexicana, la gran emigración mexicana, tiene ya un capítulo en la historia de las grandes migraciones mundiales. Tan solo en Estados Unidos más de 35 millones de personas pueden trazar al menos parte de sus orígenes a México. Puesto en porcentaje, alrededor del 11% de la población estadounidense tiene de una forma u otra raíces en México. Más aún, una docena de millones nacieron realmente aquí, siendo alrededor de la mitad de estos últimos indocumentados.

Por su historia, así como por su continuo sacrificio ejemplificado por lo que está pasando, México debería tener siempre presente a su diáspora. Lástima que eso no haya sido el caso en la reciente visita que hizo el presidente López Obrador al presidente Trump.

Profesor del Tecnológico de Monterrey

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