En mi columna del 19 de febrero pasado publiqué algunas de las razones, sólo algunas, por las que nunca votaría por López Obrador. Una buena parte de las críticas que recibí implicaban una voluminosa catarata de improperios procaces, en realidad, la confirmación de una vieja tesis: “la dimensión del lenguaje es directamente proporcional al tamaño de intelecto”. ¿Insultos? ¡Todos! ¿Argumentos? Muy escasos. Los troles al servicio de López Obrador o del clero, esos sujetos o empresas a sueldo, escudados en el anonimato para ofender con epítetos altisonantes y mentiras para intimidar a quien difiere de sus puntos de vista, o bien, para confundir a la opinión pública a través de las redes sociales, no aportaron tampoco nada a la discusión ni me señalaron errores concretos en relación a mis afirmaciones: ¡Nada, no aprendí nada, salvo un par de palabrejas nuevas de ninguna utilidad intelectual ni política!

Si el adjetivo es la forma lingüística que poseemos para describir al mundo que nos rodea, entonces, los agresores, extraviados en su mayoría en el anonimato, al recurrir a las groserías, a las palabras obscenas, a la vulgaridad, están demostrando que su lenguaje paupérrimo refleja la dimensión justa de su intelecto. El resultado de los insultos solo puede conducir a la destrucción del diálogo y a la imposibilidad de aprender de la crítica fundada y respetuosa de mis dos lectores. Por cierto, ¿por qué concluir que por el hecho de no estar con AMLO, automáticamente, ya estoy de acuerdo con la putrefacción del gobierno, sumada a su ineficiencia? ¡Menudo reduccionismo!

“AMLO es un golpista —me corrigió un lector— porque se negó a acatar no, como usted señaló, 900 sentencias dictadas por el soberano Poder Judicial, sino más de 4 mil opuestas a sus convicciones populistas y, por otro lado, cercó el Senado de la República para que no se votara una ley contraria a sus convicciones o por cualquier otro pretexto. ¿Cómo se llama alguien que se niega a acatar las sentencias de otro poder o que lo bloquea para que no delibere? ¡Golpista!”

Pero si algo llamó poderosamente la atención fue el hecho de comprobar los alarmantes niveles de irritación nacional, de frustrante impotencia, tanto por la escandalosa corrupción existente en el gobierno de la República, como en diversas entidades federativas. “Un ciudadano que no paga impuestos va a la cárcel y a quien se los roba, una vez enterados, ni siquiera se le acusa penalmente”. Advertí tanta crispación social, obviamente justificadísima, que empecé a temer por el nuevo despertar del México Bronco, cuyos horrores nadie quisiera acordarse. Sin embargo, el desprecio por la sociedad es tan alarmante como peligroso, pero nadie ve ni oye ni habla ni advierte.

El mismo López Obrador escribió en su cuenta de Twitter que yo era un mal escritor, que lucraba con la ignorancia ajena y que era un conservador. Miren quien habla, pensé en mi interior, por lo que le sugerí subir mi columna a su cuenta de Twitter, de modo que sus seguidores conocieran mis argumentos y los evaluaran. AMLO borró cualquier rastro de mi posición en sus archivos electrónicos. Tolerancia cero, el mismo rigor fascista existente en Morena, en donde la palabra democracia se encuentra prohibida. ¿Ese es el gobierno que nos espera?

Muchas comunicaciones, de contenido violento, me pedían revelar la identidad de mi candidato personal para ganar en 2018. Respondí que el único ya conocido era AMLO y que nuestra miseria política era patética, situación que se confirmaba al salir a la calle. ¿AMLO u Ochoa Reza o Josefina Vázquez Mota, habían ganado sus respectivas posiciones después de una votación entre los militantes de Morena, del PRI o del PAN? ¿En qué partido existía la democracia? ¿Qué…? ¡En ninguno! ¿En cada político mexicano hay un tirano encubierto, un nuevo Porfirio Díaz camuflado y AMLO no es la excepción? Los hechos demuestran en la práctica el exquisito delirio por la intolerancia y por la imposición de las ideas y de las personas.

En una breve columna periodística no es posible razonar mi voto en contra de López Obrador y argumentar en torno a otros candidatos oficiales, por ahora, inexistentes. ¿Cómo hacerlo? El PRI no podrá afortunadamente recuperar su capital político de aquí a las elecciones de 2018, por lo que tendrá que buscar alianzas obviamente encubiertas. Para mi mala fortuna no creo en los partidos políticos mexicanos, pero sí creo en los candidatos independientes que irán apareciendo gradualmente a lo largo del año en curso. ¿Que llegarían desarropados al poder, sin los apoyos de un partido y que, por lo tanto, su gobierno sería un desastre? Ya lo veríamos… Estoy harto de los pitonisos conocedores del futuro que jamás se disculpan ante el fracaso de sus visiones catastrofistas. México está fatigado y exasperado por los desfalcos, los escandalosos peculados, por la corrupción, por la impunidad, por lo que nuestro país no soportaría otro sexenio como el actual, pero tampoco otro como el de Fox y Calderón, para ya ni hablar de lo que sería un gobierno encabezado por AMLO. Creo en un ciudadano de lujo y sí que los hay y sobradamente, el mismo que habrá de arrebatarle a todos la bandera de la confianza y de la esperanza para poder construir el México poderoso con el que todos soñamos. El soñar está exento del ISR…

fmartinmoreno@yahoo.com

@fmartinmoreno

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