Hace unos días un editorial de El País anunciaba: “Ortega se quita la máscara”, para denunciar como dictador a Daniel Ortega, revolucionario sandinista en su juventud y presidente de Nicaragua desde que recuperó el poder en 2007. La revolución sandinista puso fin a la dictadura de la familia Somoza, que duró casi medio siglo, y ahora el ex revolucionario ha modificado la constitución para reelegirse sin fin, antes de sentar en el trono a su esposa Rosario Murillo (que va a ocupar la vicepresidencia) y después de colocar a sus hijos en puestos clave. Hace mucho que Ortega se quitó la máscara y, cito al diario español, convirtió “la democracia en una caricatura y el Gobierno en el feudo de una familia corrupta”. Ortega acaba de despojar a los diputados de la oposición de sus curules y de imponer de hecho un régimen de partido único, el suyo. Acabó con la oposición y tiene todos los poderes. Su lema mentiroso es: “Nicaragua cristiana, socialista, humanista”. Un colmo. Ese gobierno no tiene nada de cristiano, nada de socialista, nada de humanista.

En cuanto a Venezuela, los chavistas, ahora maduristas, creen que el país les pertenece y que la “revolución bolivariana” les da el derecho de conservar el poder para siempre, aunque se pierda todo. Todo está a punto de perderse por un sistema que no es ni revolución, ni democracia, sino una dictadura. Sorprendente paradoja, a diferencia de Cuba o de Nicaragua, hay partidos políticos y la oposición tiene mayoría en el Congreso. Los militares que lo van controlando todo y cada día más, han sido incapaces de resolver la crisis económica que se ha vuelto una grave crisis humanitaria −niños y enfermos se mueren en los hospitales por falta de medicinas− y la falta de alimentos provoca saqueos cotidianos. Caracas se ha vuelto la ciudad más violenta del mundo: en julio hubo 535 asesinatos y 4 mil en 2015. No son estadísticas oficiales porque desde 2005 el gobierno prohíbe la publicación de datos sobre la criminalidad, porque eso “facilitaba la manipulación” por parte del enemigo de la revolución. Ese intento de tapar el sol con un dedo ha llegado al extremo de levantar una valla con alambre de púas alrededor de la morgue. ¿Por qué? Para cerrar el paso no solamente a la prensa, sino también a las familias de los asesinados.

¿Logrará la oposición la realización de un referéndum para revocar al presidente Nicolás Maduro? Es otra paradoja: la constitución bolivariana permite el referéndum revocatorio. ¿Lo permitirá el poder? Otra posibilidad para una salida (real o falsa ¿Quién sabe?) de la crisis, sería una intervención de los generales que sacrificarían al impopular Maduro para salvarse.

En Nicaragua, la Iglesia católica apoya a un poder que se dice cristiano y le ha dado satisfacción en la cuestión del aborto; por eso no dice nada, mientras que en Venezuela la Conferencia Episcopal no ha dejado de hablar. Así el 27 de abril, publicó un comunicado “ante la gravísima situación del país”. Señala que “nunca antes habíamos sufrido la extrema carencia de bienes y productos básicos para la alimentación y la salud, junto con otros males como el recrudecimiento de la delincuencia asesina e inhumana… y la profunda corrupción en todos los niveles del Gobierno y la sociedad”. En el párrafo 3 alerta al pueblo: “Que no se deje manipular por quienes ofrezcan un cambio de situación por medio de la violencia social. Pero tampoco por quienes le exhortan a la resignación ni por quienes le obligan con amenazas al silencio. No caigamos en el miedo paralizante y la desesperanza, como si nuestro presente no tuviera futuro”.

Las dictaduras tienen sus partidarios, que no son los principales beneficiados. Hace muchos años, Georges Bernanos señaló que “la fuerza y la debilidad de las dictaduras es su pacto con la desesperanza de los pueblos. Es precisamente el pacto con Satanás”.

Investigador del CIDE

jean.meyer@cide.edu

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