El último discurso de Barack Obama en el pleno de la Organización de Naciones Unidas fue, sin duda, uno de los más emotivos que ha pronunciado el ya saliente presidente de Estados Unidos.

Hace casi ocho años Obama se acercaba por primera vez al podio de Naciones Unidas, un lugar de honor para hablar de los problemas del mundo. Con apenas nueve meses en el cargo, el primer presidente afroamericano de Estados Unidos asumía la responsabilidad por una crisis económica que amenazaba con destruir toda la economía del mundo. Obama de 2009 sabía que enfrentaba un hartazgo de la gente frente al status quo, frente a las grandes brechas y diferencias que separan a ricos y pobres. Aquel aún joven Obama tenía la esperanza de alcanzar un cambio, de enderezar el camino y unir en la diferencia para que el mundo pudiera caminar al unísono.

Ocho años después, un Obama ahora con el pelo gris, con la piel un poco más ceniza y los párpado más caídos, habló con la misma energía, el mismo entusiasmo y el mismo carisma que durante años ha contagiado a sus seguidores ha llamado a que seamos más empáticos con nuestros semejantes, a entender la necesidad del “todos nosotros para ser colegas con Dios”. En el recuento de los años, la vida ha mejorado para millones de personas y se ha reducido la extrema pobreza en el mundo. El internet y la tecnología han abierto nuevas puertas de acceso a lo que antes sólo estaba permitido para unos cuantos privilegiados.

Pero también reconoció que el crecimiento económico acelerado ha profundizado las desigualdades, algo que no es nuevo pero que, hoy es mucho más visible. Reconoció que los gobiernos democráticos se han quedado cortos cuando se trata de satisfacer las necesidades y demandas de la gente y ello ha llevado al crecimiento de movimientos radicales en todo el mundo. La solución no está en penalizar la riqueza, dijo, sino en prevenir que crisis como aquella del 2008-2009 ocurran de nuevo y terminen con todo.

Su premisa, señaló, funciona tanto para la gente como para los países. Los países ricos deben hacer lo necesario para cerrar la brecha, para combatir la pobreza. Por supuesto no es fácil y Obama reconoció que no existen respuestas fáciles ni salidas sencillas. Sin embargo, me parece, tomar la puerta falsa de los fundamentalismos, la guerra y el populismo puede ser, se ha probado en la historia, infinitamente más perjudicial.

Una lástima que Obama se vaya y que la perspectiva nos deje un camino que puede apuntar a un Donald Trump, un cambio que podría ser, tremendamente perjudicial para Estados Unidos y para el mundo.

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