Este es el país de las muertes anunciadas.

Ayer por la mañana fue encontrado, en una carretera de Puebla, el cadáver de la periodista Anabel Flores, quien recientemente había sido sustraída en su domicilio particular, en Veracruz, estado en el que se desempañaba como reportera de la fuente policiaca.

La secuestraron sujetos uniformados que conducían “vehículos robados”, esto último según tuiteó el propio gobernador de la entidad, Javier Duarte, que, ahora hasta convertido en agencia informativa y siguiendo el consejo de la vieja escuela: “Si no puedes con tu enemigo, únetele”.

En otro tuit de espíritu informante, Duarte dijo que se habían activado los protocolos para la búsqueda y la localización de la periodista. Un fracaso absoluto, ya lo vimos. Ya lo vimos una vez más: otra muerte anunciada a la que siguió inoperancia e indiferencia.

Lo que hasta ahora ha trascendido en la prensa, por parte de los testimonios de los familiares y de la fiscalía estatal, es confuso y contradictorio. Se habla de un sujeto perteneciente al crimen organizado, detenido en un restaurante en 2014: los primeros dicen que el suejeto estaba en ese lugar, aunque en otra mesa; los segundos, que comía con a Anabel y su familia. Ahora uno de los diarios en los que la periodista trabajó hasta septiembre de 2014, acaba de dejar claro que la periodista fue despedida porque su estilo de vida (ser propietaria de una camioenta Patriot) no correspondía con sus ingresos.

Lo más frustrante de estos casos es cómo la suma y la narrativa de los elementos y, desde luego, la manipulación de los mismos, apoya una tesis a todas luces perversa y, en su momento una advertencia hecha por gobernador de Veracruz: sugerir que los periodistas que se encuentran en riesgo (de acoso, secuestro, asesinato) es porque andan en malos pasos.

Insinuaciones como ésta hablan sobre todo de ineficiencia y pusilanimidad: la autoridad no sólo se reconoce incapaz de controlar la entidad sino, además, cruza los brazos ante los excesos de la delincuencia. Diría que se entrega, pero, más bien, entrega a la ciudadanía.

Otra de las vergüenzas de la semana es el Documento Inicial sobre investigaciones en el basurero de Cocula y Río San Juan, por parte del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), y que presenta algunas de las inconsistencias presentadas por la Procuraduría General de la República sobre la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa en septiembre de 2014. Entre éstas: que las imágenes satelitales de incendios en el lugar, presentadas a los medios de comunicación, corresponden a 2010 y 2013, que la escena del crimen fue contaminada previo proceder a los análisis subsecuentes y que el hallazgo de prótesis dentales no corresponden al ADN de los normalistas. El estudio por parte del EAAF apenas ha cubierto 30 de las 137 cuadrículas de la zona, por lo que hay que esperar al seguimiento de las investigaciones. Lo que sí confirmamos, una vez más, es la obstinación que tiene nuestra por defender lo indefendible.

Y ya para terminar: no soy estadounidense, pero si lo fuera, ¿debería estar a favor de Hillary Clinton por el solo hecho de que ella es mujer y doblemente a favor por serlo yo también? Ahora, en ese país, se ha dado por alertar a la ciudadanía sobre los llamados Bernie Boys, un supuesto grupo de seguidores de Bernie Sanders, el contendiente de Clinton por la candidatura demócrata, a los que se les acusa de misóginos, anti-feministas y, sobre todo, anti Hillary. Sanders, que defiende la igualdad de derechos para las mujeres, se ha desmarcado de este supuesto séquito y no ha dejado de advertir su disentimiento: “De eso no se trata la campaña”. Sirva recordar que, en campañas pasadas, también surgió el término de Obama Boys, a los que se criticó y contra los que se hicieron advertencias por motivos muy semejantes. Apenas, Madeleine Albright, que fuera Secretaria de Estado en ese país, se atrevió a decir que las mujeres que no votaran por Hillary deberían sentirse avergonzadas, declaración que Sanders consideró “desafortunada”. Dicho sea de paso y según las encuestas, Bernie ha ganado popularidad especialmente en la votantes de entre 18 y 34 años, no porque sean seguidoras de los Bernie Boys, sino porque coinciden con las ideas progresistas del candidato, por mencionar algunas:

  1. Está en contra de la pena de muerte y ha dicho que son los negros los mayormente ejecutados

  2. Está en contra de la brutalidad policíaca

  3. Está a favor de la legalización de la marihuana

  4. Está a favor de que los jóvenes reciban dos años de educación gratuita

Y sobre todo ha denunciado y se ha propuesto erradicar el peso del cabildeo por parte de los grandes capitales y su injerencia en las políticas públicas y, ahí es donde tiene a Hillary: la corrupción en el sistema de financiamiento de las campañas. Ya Hillary lo quiso encarar y lo llamó a ser directo y dejar de hacer insinuaciones con ese argumento “tramposo” y, bueno, lo vimos todos: le salió el tiro por la culata y hasta se llevó una ola de abucheos. Sanders le tomó la palabra y enlistó los hechos y a los actores: Wall Street, Exxon Mobile, las farmacéuticas. Cada uno, por su nombre.

Por una parte, Hillary lo desacredita al decir que Sanders hace castillos en el aire y no tiene cómo realizar sus propuestas; por la otra, se indigna y se quiere mostrar aún más progresista que su rival. No me digan que no: a Sanders le ha llovido y de qué forma: enemigos políticos, los mainstream media y los simples haters lo han llamado de todo: socialista, comunista, nazi, fascista, misógino... un comunicador de plano dijo que sus seguidores traían una esvástica en el brazo y merecían ser golpeados en la quijada.

Todo sea por el debate... Sin embargo, aunque aún no podemos anticiparnos a ningún resultado y seguimos viendo cómo el escenario se transforma, dos cosas hay que reconocerle a Sanders: que se plante como un ser genuino (desde sus gestos hasta sus argumentos) y que exponga en esas tribunas el Estados Unidos que no todos quieren ver.

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