Hace algunos meses amigos mexicanos y chinos conversábamos sobre el fiasco en que terminó el proyecto de construcción del tren rápido México-Querétaro, donde participaría de manera principal una empresa china. Contrastábamos las vacilaciones de nuestro gobierno con la seguridad de la parte china, respaldada por la fortaleza económica de su país; alguien descalificó a quienes desde el exterior preveían una probable crisis causada por dos burbujas especulativas en ese país: en el mercado de bienes raíces y en el bursátil.

De pronto, en las últimas semanas de julio ocurrió una brusca caída en las bolsas de valores de Shanghai y de Shenzhen, impulsadas por ventas de valores en corto en cantidades crecientes, tanto por parte de las empresas chinas, principalmente las de propiedad estatal (EPE), como por una multitud de pequeños inversionistas individuales: obviamente, los agentes económicos comenzaron a perder confianza en una bonanza bursátil que parecía inacabable. Un dato curioso es la estimación de que alrededor de 90 millones de ciudadanos chinos juegan en los mercados de valores, cifra superior al número de miembros del Partido Comunista de China; ¿comprobación de que existe tal cosa como un “socialismo de mercado”?

Las autoridades chinas actuaron de inmediato para detener la violenta caída de las bolsas, comprando valores y tomando otras medidas como la extrema de prohibir a las EPE que vendieran valores. Esta heterodoxa intervención en el mercado tuvo algún éxito inicial, pero en agosto se produjeron nuevas caídas en los precios de los valores, las que desembocaron en el “lunes negro,” el pasado día 24, que produjo un desplome generalizado de las bolsas del mundo. No es lo mismo aplicar medidas macroeconómicas anticíclicas como las que tomó el gobierno chino en 2008-2009, inyectando más de 600 mil millones dólares de liquidez, contrarrestando de tal forma los efectos de la crisis mundial, generada desde Estados Unidos y otras economías desarrolladas que, mientras la economía global quedaba en cero en 2009 y las de los países ricos registraban cifras negativas, la República Popular creció ¡9.2 %!

¿Por qué no ha sido tan eficaz la intervención estatal para reducir o superar los daños causados por el reventón de las dos burbujas especulativas mencionadas? Porque en los fenómenos monetarios y financieros pesan mucho las expectativas de los agentes económicos que operan en el mercado.

Los tecnócratas chinos seguramente sabían esto pero actuaron en contra —dirían los neoclásicos— de “la lógica del mercado”, y lo hicieron por razones puramente políticas: había que salvar el prestigio de la mancuerna Xi Jinping-Li Keqiang, a quienes la prensa de su país había glorificado en los primeros meses del año por su genial impulso a los mercados de valores (bull markets).

Finalmente el Banco Popular de China comenzó a emplear instrumentos más acordes con el mercado: el 11 del mes en curso dejó flotar el RMB, mismo que se devaluó casi 4% y ello fue interpretado en algunos círculos del exterior como una medida para que las exportaciones chinas recuperaran competitividad. La caída de las mismas en julio había sido pronunciada. Más recientemente, dicho banco central redujo la tasa de interés en medio punto porcentual y bajó en 0.25% los topes para préstamos y depósitos bancarios. Con esto hubo una inyección inmediata de 650 mil millones de RMB (poco más de 100 mil millones de dólares) al sistema bancario, según Liu Ligang, economista jefe para China de un grupo bancario australiano-neozelandés.

La gravedad de la volatilidad bursátil en China no forzosamente implica la inminencia de una crisis de la economía real. Se calcula que el valor de las transacciones promedio de las bolsas en ese país representa un 25% de su PIB; en cualquier economía desarrollada es 100% o más. El problema es más bien la desaceleración del crecimiento económico chino, que ya ha afectado a otras economías emergentes, proveedoras de materias primas a China, cuya demanda por las mismas se derrumbó, así como a buena parte de las economías avanzadas que proveen de maquinaria, bienes de capital y otros insumos a China, además de a la brasileña, la australiana, la turca y otras.

Finalmente, una pregunta de sentido común: ¿cómo puede haber desconfianza en un país que cuenta con la mayor reserva mundial de divisas (unos 3.75 billones de dólares)? Porque los bancos chinos y las empresas estatales de China se han sobregirado en dólares; la devaluación del yuan está causando huida de capitales y la deuda total, pública y privada, llegó en 2014 a 282% del PIB.

Profesor e investigador del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE).

Fue embajador de México en la República Popular China en dos ocasiones (1972-75 y 1982-87)

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