Es americanista de corazón, le apasiona tomar el balón de futbol entre sus pies, quitarse a una o dos rivales y tratar de marcar gol. Tiene 11 años y sabe que en el futuro buscará ser futbolista profesional o veterinaria. No deja de sonreír un solo instante y su rostro angelical sólo inspira confianza y amor. Se llama Elizabeth y es una de los 156 “hijos del corazón” que viven en el Centro Asistencial Conecalli, un refugio para niños en abandono o con problemas familiares.

“Soy feliz y quiero ser futbolista o veterinaria”, dice la pequeña de pelo largo negro azabache que lleva un año en la casa, donde comparte su vida con amigos que han padecido abandono, omisión de cuidados, violencia familiar, abuso sexual, total orfandad o sus padres se encuentran privados de su libertad.

Además del futbol, junto a sus amigas Rosita, Pamela, Perla y Ana le encanta jugar a las escondidas, atrapadas y muñecas, en espera de que una familia decida adoptarla y acogerla en un hogar donde tenga respeto, algo que no tuvo en sus primeros años de infancia.

Elizabeth llegó con un pasado de maltrato y por eso siempre, muy segura de sí misma, dice que jamás regresará con su padre y madre, quienes —confiesa— “tuvieron problemas”.

“Aquí soy feliz”, insiste y corre hacia el campo deportivo de esta ciudad modelo de integración para niños, niñas y adolescentes que se encuentra en el municipio de Coatepec, zona conurbada a Xalapa, en medio de una zona boscosa.

La casa del Sistema Estatal para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF-Veracruz) tiene capacidad para albergar 170 “chaparritos”, pero actualmente hay 156 que reciben atención de 80 personas.

Se trata de un ejército de psicólogas, pedagogas, médicos, pediatras, enfermeras, conductores, cocineras, limpieza y jardineros que mantienen en óptimas condiciones las instalaciones.

“Me duele cuando llegan y en las condiciones en las que nos llegan en muchas ocasiones duele mucho. A pesar de tantos años no logramos todavía superar eso de que nos duela tanto”, confiesa Beatriz Alonso, una mujer que lleva 24 años atendiendo a los menores.

Pero —sentada en un sillón con un bebé en los brazos a quien da leche— dice que a los pocos días y meses, los niños se recuperan de un manera sorprendente de las heridas emocionales que han sufrido y acaban siendo felices. “Una vez que están aquí se van haciendo tan felices que, la verdad, después es una alegría, una satisfacción ver cómo suben de peso, cómo empiezan a sonreír”, agrega con la voz entrecortada.

Desde recién nacidos hasta de 18 años conviven en este armonioso espacio y aquellos que han cumplido la mayoría de edad y no han logrado ser adoptados, pasan a la llamada Casa de Medio Camino, un segundo refugio donde los preparan para la vida diaria.

Beatriz llegó al lugar porque era su única opción laboral, pero con el tiempo se dio cuenta de que fue “lo mejor que me ha pasado”, porque al transitar por todas las áreas y conocer a todos, ahora es madre de cientos de hombres y mujeres de bien.

“Son mis hijos, definitivamente soy su mamá, siempre lo he dicho así”, suelta y llora de alegría al recordar que muchos regresan con sus hijos a saludar a quienes siempre verán como sus mamás.

Siempre sus sentimientos están al filo de la navaja, porque cuando finalmente los pequeños son adoptados sienten un gran vacío por la partida de uno de los suyos, pero por el otro, alegría porque se van a una familia amorosa.

“Se van adoptados, eso es lo mejor que nos puede pasar a nosotros como mamás de ellos el tiempo que estén aquí, sabemos que van a otras condiciones de vida. Es muy bonito ver a los papás, a las mamás cómo se esmeran en atenderlos”.

El proceso de adopción tiene dos fases: la administrativa, mediante la cual se obtiene el certificado de idoneidad que expedirá el secretario técnico del Consejo Técnico de Adopciones.

Y la fase judicial, que inicia en el momento que se expide el certificado de idoneidad y se concurre ante el juez a comenzar el procedimiento de adopción. Una vez concluido el periodo de adaptabilidad, el Consejo elaborará un dictamen, mismo que el posible adoptante presentará al juez, para que decrete la adopción.

“Día a día conoces casos diferentes, a veces piensas que ya conociste todo y no es cierto porque te llegan casos diferentes pero son retos, son retos que nos impulsan a atenderlos, a trabajar, a salir adelante, a llenarlos de fortaleza”, relata la directora de Conecalli, Ema Kuri Galván.

En 15 hectáreas de bosques, además de un techo, cobijo, escuela y amor, los menores reciben atención nutricional, médica, psicológica y terapias alternativas, como la equinoterapia.

“Queremos restituirles sus derechos humanos que les negaron en su familia y que cuando salgan, salgan con esa fortaleza que necesitan de enfrentar la realidad fuera de la casa, ya sea a un núcleo familiar ya sea consanguíneo, por adopción o ante la sociedad en general”, afirma la mujer que lleva 11 años dirigiendo el centro.

Todos los habitantes del refugio, tienen actividades de recreación y esparcimiento, desde excursiones, visitas a parques recreativos, cines, museos y celebración de fechas especiales, como cumpleaños.

“Son hijos del corazón porque ciertamente los papás que vienen a Conecalli no engendraron a su hijo en el vientre, pero lo engendran en el corazón desde el momento en que empiezan a hacer el trámite para adopción”, revela.

Uno de ello es Aarón, un chaval de 12 años, juguetón, que sonríe a la menor provocación y que a tan sólo seis meses de haber llegado a Conecalli, se siente como pez en el agua.

“Está padre y la mera verdad es padre estar viviendo aquí”, afirma el muchacho delgadito que juega futbol americano en el Club de Los Halcones.

Tiene en la memoria aquel 10 de diciembre de 2015 cuando finalmente fue arrebatado de su violento hogar y resguardado en este espacio donde espera que una familia venga por él para ser feliz.

“Una familia, la que sea”, dice con ojos de esperanza. “El chiste es tener una familia, aunque aquí tengo una familia de un montón, pero estar en una, estaría bien”, insiste.

Los mitos de la adopción

En los últimos cinco años han sido adoptados o reintegrados a su círculo familiar 248 niños de la Casa Asistencial Conecalli de Xalapa, de acuerdo con la procuradora de la Defensa del Menor, la Familia y el Indígena, Adelina Trujillo Landa.

La funcionaria del DIF-Veracruz explicó que como una forma de garantizar el derecho a una familia, 90% de los menores regresan con algún familiar, aunque jamás con quienes los agredieron. El porcentaje restante, entra a proceso de adopción nacional e internacional, que puede durar de tres a nueve meses.

“Gracias a todo el trabajo se ha roto el mito de que sólo querían adoptar a un niño pequeñito para que sea como ellos y se fuera adaptando, ahora buscan adoptar niños mayores”, afirma.

También, agrega, terminaron con la concepción errónea de que los procesos de adopción son privilegio de unos cuantos. “Todos los que quieran adoptar pueden hacerlo, no tienes que ganar mucho dinero ni tener un estatus social, sólo el sueño de tener un hijo del corazón”.

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