En medio de altas montañas y una espesa vegetación, una familia convirtió 5 mil metros cuadrados de terreno en una especie de “Arca de Noé” moderna, con 200 animales salvajes y domésticos. Tigres, leones, jaguares, pumas, osos, caballos, ponis, zorros, papiones, águilas, patos, gallinas, guajolotes y uno que otro dromedario, cebrasno o martucha forman parte de la familia de los veterinarios Edith y Gonzalo: una pareja con cuatro hijos que decidió hacer la diferencia.

En la periferia de la ciudad de Córdoba, en la zona montañosa central de Veracruz, lograron edificar a lo largo de 15 años un refugio para animales silvestres y domésticos que fueron secuestrados de sus hábitats naturales y criados en casas particulares, restaurantes y circos.

“No quiero ser de los mexicanos que no aportan nada y que no hicieron nada para salvar a nuestras especies”, platica a EL UNIVERSAL Gonzalo Rodríguez Díaz, ingeniero industrial y veterinario que forma parte de la asociación civil África Bio Zoo.

La reserva se encarga de cuidar animales que sufrieron maltrato o abandono en viviendas y en comercios, también ejemplares que fueron dejados a su suerte por dueños de circos que debieron acatar las reformas a la Ley General de Vida Silvestre, la cual impide el uso de especies en sus espectáculos.

Con un permiso para el manejo de vida silvestre y con recursos propios y donativos, la asociación civil constituida en 2004 no sólo cura físicamente a los animales sino que los rehabilita y les da una vida digna, pues muchos no pueden reintegrarse a su hábitat natural debido que les arrancaron sus garras y colmillos o los domaron.

“Los más difícil es que la autoridad nos reconozca como el primer centro de rescate que mantiene en sus instalaciones a los animales totalmente rehabilitados, después de haber sido maltratados”, reconoce Gonzalo.

La vocación veterinaria

El terreno está rodeado por vegetación y árboles brindan amplia sombra en su interior; espaciosas jaulas albergan cómodamente a ocho tigres, tres leones, cuatro jaguares, cuatro pumas y un oso. La mayoría de ellos provienen de circos, y aunque llegaron flacos, hoy se ven sanos.

El refugio fue concebido hace años por la veterinaria Edith Batista Fuentes, maestra de la Universidad Veracruzana, quien tras llevar a sus estudiantes a prácticas se dio cuenta que los animales salvajes podían valerse por sí mismos, pero los que estaban en cautiverio necesitaban ayuda.

“En vida libre no se les puede proporcionar nada porque ya saben qué hacer, el problema es el cautiverio y es cuando decide abrir un centro donde pudiera compaginar el rescate para curarlos y tenerlos en las mejores condiciones”, recuerda su esposo Gonzalo.

Con sus dos profesiones, Gonzalo laboraba en empresas que comercializaban animales para alimento humano, por lo que llegó a manejar un millón 200 mil aves y más de mil porcinos.

“Mi esposa me pidió que la apoyara en este proyecto y mis hijos coincidieron y aquí estamos”, relata parado a un lado de la jaula de los tigres. Se le nota satisfecho de haber decidido respaldar a su esposa Edith, hoy jubilada.

La diferencia, afirma, es cuando alguien estudia una carrera por vocación y no porque le obligaron sus padres, porque está de moda o por la conveniencia económica:

“Cuando la estudias por vocación aprendes el gusto de la medicina veterinaria, que es salvar animales y verlos en sus peores condiciones, con diarrea, sarna, hongos o con fracturas”.

Por eso en el refugio sólo se aceptan a animales que llegan en malas condiciones, que provienen de casas y negocios, secuestrados del campo o víctimas del tráfico de especies para tenerlos como mascotas o en exhibición.

Los “hijos” desobedientes

De los 200 animales que forman parte de la familia, los papiones —un género de primates característico por sus colas lampiñas— son los más traviesos y los que más “canas verdes” hacen sacar a Gonzalo, Edith, al velador y al encargado del refugio.

“Te avientan la caca, te rechazan el agua o se pelean por la comida a pesar de que les das suficiente”, dice con una sonrisa…, pero luego su rostro se torna duro y confiesa que en realidad esos monos son como los humanos. Si se les da una manzana a cada uno, se pelean por arrebatárselas entre sí y antes de comer cada uno sus porciones se dan una madriza”.

Por el contrario, sus favoritos son los tigres, pues aunque tienen fama de agresivos, con los años se dio cuenta que son agradecidos y reconocen al que les da de comer y ve por ellos. “No hay punto de comparación en realizar este trabajo que le entrego a la naturaleza, no importa el sueldo, el nivel jerárquico que tenía en mis otros empleos, no hay como ver un animal que te agradece y es una satisfacción el haber tenido un proyecto para rescatarlos”, agrega.

Su intención es trabajar al lado de las autoridades y que sepan que no es necesario enviar a las especies rescatadas al santuario de animales salvajes en Denver, Colorado, en Estados Unidos, a donde van a parar constantemente por órdenes del gobierno federal.

El cambio en las generaciones

Una de sus mayores satisfacciones es haber logrado que el jaguar mexicano, una especie en peligro de extinción, se haya reproducido con dos crías y que la hembra esté preñada nuevamente, “pero lo mejor es ver el resultado que se puede lograr en las nuevas generaciones, cuando a través de visitas guiadas logras un impacto positivo, porque salen convencidos de que no es bueno adoptar o tener un animal en casa”, dice.

Una de sus fuentes de ingreso precisamente son los donativos (de 15 pesos) que hacen las personas que visitan el África Bio Zoo y otra parte fundamental son las donaciones que realizan empresas productoras de pollo en la región.

“Es fácil mantenerlos cuando le pones empeño, cuando la gente ve que no se vive de esto, que ven que el donativo de la entrada se queda aquí, y, por supuesto, el cambio de actitud en los niños”, asegura.

Gonzalo recuerda que hace un par de años al centro llegó una familia de la región con un pequeñito llamado Max, quien había pedido de regalo un elefante, pero para poder tenerlo debía convencer a los propietarios de África Bio Zoo que se lo pudieran cuidar.

Gonzalo le hizo un amplio recorrido por el lugar, le habló de la importancia de respetar a los animales libres y del mal que hacen a las especies al tenerlos en cautiverio. Al salir, el niño se dirigió a su madre: “Mamá, no hay que comprar nada, aquí esta todo”. Desde entonces es un donador frecuente de fruta y verdura.

En medio de las presiones por recibir animales que fueron adquiridos sin los permisos correspondientes (capturados de manera ilegal o que vivían en casas y restaurantes), la cabeza de esta familia “animalista” observa orgulloso lo logrado: ve deambular los patos, gallinas y guajolotes afuera de las jaulas de tigres y leones. Se siente satisfecho por el equilibrio ecológico y la tranquilidad que brindan.

Google News

Noticias según tus intereses