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Hace mucho, pero mucho tiempo, que el Cruz Azul-América dejó de ser un partido más. Las palabras políticamente correctas que durante la semana los jugadores azulcremas sostuvieron  en relación a que “es un encuentro que otorga tres puntos al igual que todos los demás”, se vuelven aún más huecas y sin carácter ante el colorido mosaico que aficiones y personal de seguridad retrataron en una tarde de verano en el estadio Azul.

Y es que no se puede considerar un “partido más” cuando las fuerzas policiales de la ciudad de México implementaron un operativo con dos mil efectivos que durante la mañana escucharon y prácticamente se tatuaron la orden de frenar cualquier fricción que se pudiera despertar antes, durante y después del ‘Clásico Joven’.

Las tanquetas estacionadas con elementos cubiertos por uniformes negros y pasamontañas bien hubieran podido dibujar un escenario de guerra, o al menos protección de la frontera sur de Estados Unidos por la forma en la que utilizaban binoculares para detectar “un enemigo a derribar”.

Los detalles se cuidaron al máximo para evitar cualquier contratiempo.

Cánticos, brincos y agitación de brazos por parte de las porras de Cruz Azul o América ya recibían en la calle la mirada penetrante del cuerpo de oficiales que estableció una relación odio/amor, pues primero proporcionó los autobuses en los que decenas de los etiquetados como “barras bravas” llegaron al estadio de la Ciudad Deportiva y después los custodió como si fueran unos delincuentes.

Encapsulados por los escudos de los policías, los integrantes de ‘La Monumental’ entraron a la tribuna de visitantes. Pero no todos lo pudieron lograr, pues los que no consiguieron boleto y se pretendían colar, fueron desplazados entre empujones y obligados a subir a los vehículos oficiales para abandonar la periferia de la inmueble.

Policías con rostro duro, voz feroz y equipo en su cuerpo que parecía blindarlos para cualquier ataque “dieron la bienvenida” al público general. Revisiones a detalle en el cual parecía que quisieran encontrar al ‘Chapo’ Guzmán en cualquier bolsa de mano o dentro del mismo pantalón, fueron a las que se tuvieron que someter las poco más de 25 mil personas que colmaron el recinto del cuadro cementero.

Ya adentro, el espectáculo de futbol fue dejó que desear y por ello también el ánimo de la afición que durante el partido despertó en lapsos de 15 minutos cuando algún futbolista se alejó de la monotonía de los pases cortos y violentó con vértigo al arco rival.

Como suele suceder en partidos de gran expectación, lo mejor pareció alejarse de la cancha de futbol.

Pero por fortuna llegó el invitado especial, y los gritos de gol dieron vida al estadio Azul donde una vez más las tribunas parecieron cimbrarse ante los incontrolables festejos de los fanáticos americanistas que abandonaron orgullosos la casa del rival.

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