Uno de los libros políticos más vendidos del año pasado en Estados Unidos fue Oath And Honor: A Memoir and a Warning de Liz Cheney. Son las memorias de la congresista de Wyoming, hija del exvicepresidente Dick Cheney, en otras palabras, una figura política de incuestionable estirpe republicana, con muy firmes convicciones conservadoras. Liz Cheney, quien fuera vicepresidenta del comité especial para la investigación de los ataques del 6 de enero al capitolio estadounidense, relata su batalla por la congruencia ideológica-partidista en defensa de la constitución. Su libro es una denuncia del envilecimiento de su propio partido en la medida que, por intimidación, interés propio o cualquier otro motivo, los congresistas, senadores, alcaldes y gobernadores republicanos se sumaron a la mentira trumpiana del fraude electoral en 2020. Cheney explica, con todos los elementos jurídicos en la mano, cómo se forjó el embuste del fraude y más grave aún, cómo se fraguó la tentativa golpista contra el capitolio desde la Casa Blanca del Presidente Trump. Especialista en política exterior y seguridad nacional, Liz Cheney defiende a capa y espada en su libro la constitución, la república y la democracia liberal, aún en contra de su propio partido político.

Un año o dos antes, en España el libro político más vendido fue Políticamente indeseable de Cayetana Álvarez de Toledo. En éste, la más brillante parlamentaria del mundo de habla hispana, integrante de la bancada del Partido Popular (PP) denuncia con valentía inusitada la tibieza de su partido en el enfrentamiento con el gobierno de Pedro Sánchez por sus políticas rupturistas del orden constitucional. Cayetana evidencia las complicidades castrochavistas del PSOE y del sanchismo, su traición a la democracia liberal mediante su asociación con Podemos y los partidos secesionistas, pero fustiga todavía con más dureza al PP por haber guardado silencio y haber sido omiso en la exposición de estos males. El libro es una delicia como reconstrucción de la historia contemporánea de España, pero también por la envidiable prosa de Álvarez de Toledo.

En México, esta tradición prácticamente no existe. En primer lugar, los diputados y senadores no publican sus memorias, en su mayor parte porque son ágrafos. Entre nosotros publican memorias los presidentes, secretarios de estado y a veces los gobernadores, pero los legisladores casi nunca. Esto dice mucho de la cultura parlamentaria mexicana y del interés y respeto por la investidura que tienen no solamente los legisladores, sino los historiadores y la opinión pública. La disciplina partidista es ciertamente un valor democrático, pues aporta certidumbre a los electores para saber cuáles políticas públicas y cuáles iniciativas reformistas apoyarán o no los candidatos y posteriores diputados o senadores de un partido político. No obstante, existen circunstancias excepcionales en las que todas las democracias avanzadas abren espacio a la objeción de conciencia. Esto no suele ocurrir en México excepto como pretexto para el transfuguismo partidista.

Me preocupa que ahora que el presidente de México anunció su batería de reformas constitucionales, ningún diputado o senador de su partido se atrevió a decir lo evidente. A saber, que la anulación de la separación de poderes, la elección popular de los ministros de la Suprema Corte, de los consejeros del INE y otros componentes de esa iniciativa son abiertamente rupturistas del orden republicano. No hay nadie en esa difusa masa conocida como “izquierda mexicana” que tenga la valentía de denunciar la tentativa de destrucción de la democracia-liberal desde lo más alto del poder. En otras palabras, el distintivo partidista de la izquierda mexicana resultó la cobardía y la complicidad, aún a sabiendas de que lo que están haciendo suprimirá las libertades políticas de los mexicanos. Es preciso decir que en la versión hípster de la juniorcracia mexicana conocida como

Movimiento Ciudadano, dos voces sí denunciaron el alcoholizado envilecimiento de su partido. Tanto la senadora Indira Kempis como Rodrigo Saval terminaron por renunciar asqueados ante la escandalosa perversión de la autodenominada Tercera Vía, convertida en el aparato de lucimiento de dos personajes lamentables. No obstante, la renuncia de Saval y Kempis es una evidencia más de que no tuvieron a su disposición los canales internos para protestar por la ausencia de mecanismos de democracia interna genuinamente funcionales en su propio partido. La democracia interna y la objeción de conciencia son entonces dos asignaturas pendientes de la vida partidista mexicana. Por si un día alguien piensa en reformas verdaderamente útiles para el mejoramiento de nuestra democracia…

Únete a nuestro canal ¡EL UNIVERSAL ya está en Whatsapp!, desde tu dispositivo móvil entérate de las noticias más relevantes del día, artículos de opinión, entretenimiento, tendencias y más.
Google News

TEMAS RELACIONADOS