Hace unas semanas el líder de la mayoría del Senado de EU, Chuck Schumer, pidió que hubiese nuevas elecciones en Israel, criticando duramente al primer ministro Netanyahu como un obstáculo para la paz. Schumer, demócrata, el funcionario judío estadounidense de más alto rango, dijo en el Senado que el gobierno de Netanyahu “ya no cumple con las necesidades de Israel”. Otro senador demócrata, también judío, Bernie Sanders, lleva meses intentando que su país suspenda el envío de armamento a Israel. En otro ámbito, cientos de personas judías y no judías desde la academia, el activismo o el arte, han escrito cartas o han publicado textos con severas críticas al gobierno israelí, o demandando el fin a la guerra en Gaza, o incluso exigiendo a Biden dejar de apoyar o financiar a Israel. ¿Eso es antisemita? ¿Es antisionista? ¿Qué define la línea entre la crítica política, el antisionismo y el antisemitismo? La confusión no se limita a esos temas. Por ejemplo, se habla de “dos” campos o formas de pensar en sitios como las universidades: una “pro-israelí” y otra “pro-palestina”, como si existiesen únicamente esas dos mutuamente excluyentes posiciones. Este pensamiento binario o dicotómico reduce la complejidad, ocluye los matices y oscurece distinciones que, en este tipo de temas, son vitales.

Pensemos en el propio senador Schumer. Él se dice una persona completamente “pro-Israel”. De hecho, su apellido podría traducirse como “guardián”, y él dice que, así como su apellido lo dice, él se asume como un guardián de Israel. Y afirma que precisamente porque lo es, cuidar a Israel hoy en día significa presionar por la renuncia de Netanyahu y tratar de que ese país cambie sus políticas. Desde otra perspectiva, ¿ser “pro-palestino” supone el apoyo a Hamás, o supone apoyar a la Autoridad Nacional Palestina en la larguísima y violenta confrontación entre ambas? O, puesto de forma diferente: ¿se entiende que la meta de largo plazo de Hamás es la erradicación de Israel y que la Autoridad Nacional Palestina—el gobierno oficialmente reconocido por Naciones Unidas como representación palestina, por popular o impopular que éste sea—acepta la fórmula de dos estados para dos pueblos? ¿Ser pro-palestino significa estar a favor de un solo estado o de dos? ¿Y si es un solo estado, qué clase de estado? ¿Se está a favor de un estado palestino islámico como proponen Hamás o la Jihad Islámica, o a favor de un estado laico? ¿Cómo se define, en otras palabras, el ser pro-palestino?

Sin pretender abordar toda esa discusión, y solo en el ánimo de contribuir a centrarla, por lo pronto propongo distinguir entre tres tipos de posicionamientos o discursos: (1) la crítica a las decisiones, políticas y acciones de un gobierno, encabezadas por personas y tomadores de decisiones específicos, (2) el discurso antisionista, y (3) el discurso antisemita. Y ya encaminados, entonces, distinguir también los posicionamientos acerca de la fórmula de dos estados para dos pueblos, complejizando no solo lo que sucede entre la ANP y Hamás en torno a ello, sino incluso al interior de Hamás entre un sector pragmático y otro más radical.

1. Las críticas en contra del gobierno de Netanyahu y su gabinete de guerra, así como a sus acciones o a su respuesta ante los atentados terroristas del 7 de octubre, se enmarcan dentro de cualquier clase de crítica a cualquier gobierno o a cualquier estado. Así como criticar a AMLO no es “antimexicanismo” o criticar a Putin no es ser “antirrusos”, es completamente natural y legítimo ejercer la crítica abierta, libre e informada acerca de las medidas y decisiones que se toman por parte del gobierno en Jerusalem. Basta con leer la prensa israelí para darse cuenta de que esto ocurre en ese país, desde todo el espectro político, todos los días. Por poner un caso, hasta antes del 7 de octubre del 23, en Israel había un activo movimiento de protestas que marchaba cada semana denunciando decisiones y medidas tomadas por el actual gobierno que eran consideradas antidemocráticas, y ya desde entonces se demandaba la renuncia de su primer ministro, al igual que sucede en muchísimas otras partes del mundo.

Pero fuera de Israel, el hecho de ser una persona de origen o religión judía, no convierte a esa persona en “embajadora” o “portavoz” del gobierno en Jerusalem o de la coalición de partidos que domina a ese gobierno por el cual esa persona ni siquiera votó. Hay un importante número de personas judías que optan continuamente por defender las políticas de ese estado, y están en su derecho de hacerlo, se esté o no se esté de acuerdo con ellas. Hay muchas otras personas judías que optan por oponerse, total o parcialmente, a esas decisiones. Pero se trata de ciudadanos de distintos países que no son Israel, y que, por tanto, son como cualquier otro ciudadano del país de su nacionalidad, quienes pueden tener distintos grados de apego o desapego con Israel o incluso con la religión judía. Blinken, un judío, puede a veces estar a favor o en contra de lo que hace Netanyahu, pero su puesto en la administración Biden, le impone trabajar a favor de las políticas que establece su jefe en la Casa Blanca. Schumer, otra persona judía, está en total derecho de expresar su punto de vista acerca del primer ministro israelí, un punto de vista que, naturalmente, tiene peso por el cargo que ocupa. Pero eso no lo hace ni antisemita ni antisionista, del mismo modo que cualquier actor político internacional o gobernante de cualquier país que se oponga a las políticas de Netanyahu o su gabinete. O bien, del mismo modo en que miles de estudiantes pueden manifestarse a favor de un cese al fuego, o del fin a la guerra, o de la desocupación israelí de Cisjordania, o simplemente en contra del gobierno de Netanyahu. Son posiciones políticas que existen en ese y en cualquier otro asunto local o internacional.

2. El antisionismo, a diferencia de lo anterior, podría entenderse como el estar en contra de la idea, la esencia o la existencia misma del Estado de Israel, no de las políticas del gobierno en turno. Cuando una persona en un texto, o en una manifestación, llama a la erradicación del Estado de Israel, ese posicionamiento ya es antisionista. Y desde la perspectiva de la libertad de expresión, podríamos decir que esa persona está protegida por ésta. Pero tendría que establecer con claridad que sus ideas abandonan la fórmula de dos estados para dos pueblos y, por tanto, se apartan de todos los procesos de negociación del pasado entre las partes interesadas (es decir, entre Israel y la representación palestina) en donde, si bien imperfectamente, se ha logrado avanzar en esa materia. Así que, pongámoslo claro: una cosa es efectuar la crítica de esas negociaciones, y pensar en alternativas para sí avanzar la fórmula de dos estados (o alguna otra fórmula que sea tangible, viable y que no implique la negación de alguno de esos dos pueblos), y otra cosa es abiertamente abandonar esa fórmula y afirmar que la región debe regresar a la situación que existía antes del plan de partición de la ONU de 1947, y retomar la idea de que solo exista un estado. Tal vez la propuesta de esa persona en contra del sionismo consista en un estado multinacional. O tal vez esa persona que se declara en contra de la existencia de Israel está proponiendo, en línea con políticos árabes en los 50s y los 60s, o en línea con organizaciones extremistas de la actualidad, que los judíos se marchen completamente de ahí. Algo equivalente, del otro lado, sucede cuando un sector político en Israel rechaza también la fórmula de dos estados negando el derecho del Estado Palestino a existir.

El posicionamiento antisionista está siendo fuertemente expresado en muchas de las manifestaciones en EU y en otros sitios. Acá el punto es que se necesita establecer que esa visión—eliminar completamente la existencia de Israel—no es compartida por la mayoría de la población palestina que habita Cisjordania y Gaza (revisar el último Barómetro Árabe en Cisjordania y Gaza, 2023). Y aunque la guerra actual probablemente alterará las actitudes y opiniones de esa población en estos meses, la vasta experiencia previa muestra que la mayor parte de esa sociedad tiende a regresar a percibir la solución de “dos estados” como la más viable o la “menos mala” de todas las que hay.

3. Punto y aparte. El antisemitismo es otra cosa. Aunque el término acuñado por el alemán Wilhelm Marr, contiene el error de origen de equiparar a judíos con “semitas”, tanto lo que pretendía Marr al acuñarlo, como lo que hoy entendemos cuando esa palabra es emitida, es absolutamente transparente. Eso que quiso decir Marr—la hostilidad o discriminación a los judíos como grupo religioso (o racial)—se manifiesta con toda contundencia cuando un conflicto en Medio Oriente propiciado por dinámicas históricas y factores estructurales irresueltos por décadas, activan en muchos países la identificación entre las políticas del Estado de Israel con el judaísmo de quienes viven dentro o fuera de ese estado, o cuando se hacen críticas afirmando la “judeidad” de los tomadores de decisiones de ese país, de sus ciudadanos, o de quienes vivimos fuera de este y somos ciudadanos de cualquier otro.

Cuando en un texto o en una manifestación se declara que “los sionistas no merecen vivir”, “todos los judíos a la basura”, o “judíos: váyanse de regreso a Polonia”; o bien, cuando a un estudiante estadounidense de religión judía se le obliga a declararse “antisionista” o se le da un trato de acoso o discriminación, cuando se escupe a una persona que lleva una vestimenta o insignias judías, o bien, cuando en una manifestación a una estudiante judía se le dice “ojalá a ti también te violen o secuestren los de Hamás”, la conducta ya es antisemita. Pero lo es esencialmente porque esa estudiante estadounidense a la que está acosando no tiene nada que ver con las decisiones que toma un gobierno del cual ella no forma parte (independientemente de su opinión al respecto), y que es su condición de judía la que da permiso a los acosadores de acosarla. Ese comportamiento de discriminación y acoso tiene muchas facetas, el antisemitismo es una de ellas, la islamofobia es otra, pero siempre parte del pensamiento categórico, parte de la etiqueta, el estereotipo y los prejuicios que conlleva.

Es justo cuando existe este pensamiento categórico y reduccionista, cuando ya no hay espacio para posiciones divergentes como las de Schumer, Sanders, Naomi Klein o Noam Chomsky. Todos, no importa quienes sean o qué piensen, todos, caben en el mismo “cajón” llamado “los judíos”.

4. Por último, la clave de la complejización narrativa está en ubicar en dónde es posible tender puentes que no polaricen y que no excluyan la otredad. Es un poco apreciar las luces que sí permiten la coexistencia y el futuro para los dos pueblos y distinguirlas de los discursos que no lo hacen. En ese sentido, es completamente posible ser pro-palestino y pro-israelí al mismo tiempo. Es posible criticar a Hamás y al gobierno de Netanyahu a la vez y es posible detectar en los sectores más pragmáticos de ambos campos, una ventana de oportunidad para resolver las cosas, si no todo, a través de acuerdos parciales e incrementales. No nos escandalicemos; esto—la negociación entre actores enemigos, rivales, adversarios—no solo ha ocurrido infinidad de veces en el pasado, sino que está ocurriendo en este mismo instante (aunque no siempre de manera pública o exitosa) en cinco procesos distintos que están sucediendo mientras escribo estas líneas.

En resumen, es posible asumir que dos pueblos pueden coexistir en condiciones dignas de seguridad, prosperidad, de justicia, de derecho y libres del miedo a la violencia. Es claro que hay mucho que hacer para lograrlo, pero el primer paso está en pensar de manera más integral y compleja, y en reducir la incidencia del pensamiento excluyente.

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