Todo sistema político puede ser analizado a través de su arquitectura, dice el ensayista francés Jean-Luc Debry. En la CDMX hay tres modelos urbanos que parecen subsistir en paralelo. El de la improvisación es el modelo de los que no pueden decidir, de la población sin el privilegio de elegir cómo vive, ni dónde vive. A ellos no les queda más que construir su idea de ciudad de las moronas y deshechos urbanos que les permiten las élites; y estos cada vez son menos.

Para los que sí tienen el privilegio de escoger, existen dos modelos que confluyen en paralelo. El modelo de la ciudad europea que se construye a partir del espacio público, y el modelo de la ciudad estadounidense que se plantea a partir del espacio privado. El primer modelo busca integrarse a la ciudad, el segundo busca aislarse y protegerse de ella.

No hay mejor ejemplo de este segundo modelo que los desarrollos de Santa Fe, Bosque Real e Interlomas. Espacios urbanos construidos para el automóvil y la seclusión. Estas zonas fueron concebidas para proteger a sus habitantes de los demonios de la ciudad. Espacios para recluir; como un apartheid urbano. Su ideación fue aspiracional, fruto de su malsana obsesión con Miami y Houston y una tendencia a la corrupción de la industria inmobiliaria. El oprobio urbano de estos espacios es en gran medida un reflejo de un fracaso social, el fracaso de la integración y de la comunidad.

Las élites acusan al Presidente de dividir y polarizar. En algo tienen razón, el Presidente ha atizado el fuego, pero la división a la que hacen referencia es un constructo literal y visible; un modelo arquitectónico que estas mismas élites económicas han impuesto sobre la ciudad. La división social es la barda de los condominios, torres, corporativos y residenciales y los miles de elementos de seguridad que las protegen del resto de la ciudad. La polarización nunca es más visible que en las plumas que dividen las calles públicas de las privadas.

Le Corbusier decía que “una casa es una máquina para vivir.” El hogar es la burbuja que nos protege, pero sobre todo nos permite entender de qué queremos protegernos. Entre las élites de la CDMX hay una noción de que se debe protegerse de la ciudad misma. El concepto del Be Grand (porque la aspiración es angloparlante) ejemplifica perfectamente el prototipo de modelo imperante en estas zonas de la ciudad. Para entender el modelo, nada mejor que las palabras con las que Jean-Luc Derby describe el condominio privado: “Encarnan un ideal y una forma de vida basada en la alienación deseada. La obsesión por la higiene y la seguridad, el culto a las mercancías y a la propiedad privada que han sustituido a la solidaridad y la cultura de resistencia de las clases trabajadoras. La experiencia de las relaciones con los demás se reduce al deseo mimético de poseer los mismos signos de éxito individual. Este universo perfectamente estructurado encierra a la imaginación en un espacio estrecho, acentúa el retraimiento en uno mismo y empobrece la vida social.”

Lo mismo sucede con los corporativos, Estos espacios están hechos para reproducir laboralmente la exclusión del modelo Be Grand y la camioneta blindada. He visto cómo los equipos de seguridad reaccionan ante la llegada de un ciclista o, mucho peor, un patín eléctrico. Como un ejército que se repliega ante una amenaza externa, los cuerpos de seguridad de los corporativos están entrenados para impedir el paso de la otredad. Todo lo que no cabe en su estrecho mundo es un riesgo; los cinco hombres armados que acompañan al ejecutivo visitante no les asusta tanto como un individuo queriendo estacionar su patín eléctrico.

La arquitectura de la seclusión, es la arquitectura del clasismo, y el clasismo proviene de un miedo intrínseco a la otredad. Irónicamente, la opulencia y la marginación acentúan su sentido del miedo. ¿Están más seguros los habitantes de los Be Grand, Bosque Real y los residenciales de alta seguridad que sus contrapartes que viven en un edificio en Polanco, la Roma o la del Valle? ¿Es mejor la calidad de vida de los que tienen un gimnasio, un área verde y una alberca dentro de su edificio que los que caminan unas cuantas cuadras para acceder a ellos? La respuesta simple es no.

Las opciones de modelos de residencia son parte de la libertad intrínseca de un individuo. Diversidad bienvenida aunque no sea diversa. Pero la arquitectura también acaba siendo una imposición privada sobre la comunidad de la ciudad. Al final, la arquitectura no es solo opción de modelo de vida, sino de aproximación al mundo. De la misma forma que vivimos, también votamos, pensamos y decidimos. La pluma de acceso que pide código QR, identificación y revisión de cajuela no solo está en las entradas de los residenciales, sino que muchas veces acaba instalándose dentro de las mentes de sus residentes.

Lo irónico es que en lugar de apagar el miedo, el modelo arquitectónico de ese mundo lo acentúa. Los habitantes de estos complejos tienen más miedo a la ciudad que los que viven dentro de ella. Los habitantes de estas periferias se espantan cuando se enteran que gente de su mismo “segmento social” camina, usa bicicleta o se sube al metro. Lo que más les escandaliza es escuchar que sus contrapartes “gozan y aman” esta ciudad. ¿Cómo es posible amar una ciudad de la que te tienes que proteger con muros, seguridad, guardaespaldas y coches? Quizás la respuesta sería: saliendo de los muros y bajandote del coche. Que los marginados rechacen su ciudad es normal, pero que los privilegiados la odien es un símbolo de su propio fracaso.

La metáfora perfecta de este modelo de vida es la del cangrejo ermitaño. Como los cangrejos, cargan su mundo-burbuja sobre el lomo. El modelo arquitectónico del hogar tiene su versión móvil en las camionetas blindadas y los guardaespaldas y su versión laboral en los grandes edificios corporativos; el objetivo es nunca tener que salir de esa realidad por más estrecha que sea.

Quizás por ello, algunos sectores de la élite asustada han decidido exiliar su miedo y frustración con la CDMX mudándose a Madrid. Ahí podrán por fin disfrutar una ciudad como Dios manda... Para ellos hay una buena noticia, para poder integrarse mejor se acaba de inaugurar un Be Grand en el mexicanísimo barrio de Salamanca. Los cangrejos ermitaños llevan su casa sobre el lomo; vayan a donde vayan. Pobre Madrid, sus nuevos habitantes mexicanos se indignaron cuando AMLO exigió una disculpa de parte del rey, pero para sus viejos habitantes seguro hubiera sido preferible pedir disculpas si eso evitaba esta diáspora de cangrejos.

Analista político

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