En julio de 2003, el alcalde de Seúl, Corea del Sur, anunció que el proyecto insignia de su administración sería el de desentubar el río Cheonggyecheon. El río había sido entubado en 1958 y cubierto con concreto para dar lugar a una carretera elevada. En los años 50s la conversión de un río en una carretera simbolizaba el éxito industrial de Corea y era visto como un signo de progreso.

Como la mayoría de las ideas de transformación del espacio público, la idea de desentubar un río fue recibida por críticas de todos los partidos políticos. Sus críticos hacían referencia al costo de este proyecto y mencionaban la irresponsabilidad de quitar una calle principal en una ciudad ya de por sí sobre traficada. Los críticos se equivocaban. La paradoja de Braess establece un principio poco conocido pero muchas veces comprobado: si quieres reducir el tráfico, la mejor manera de hacerlo no es poniendo más calles sino quitándolas.

Desentubar el río Cheonggyecheon fue costoso pero tuvo resultados positivos. Después de la inauguración de esta obra, el número de carros en Seúl disminuyó, el tráfico fluyó más rápido  y el uso del transporte público aumentó. Además, el río ha disminuido la temperatura de la zona y generado un ecosistema para aves, peces y reptiles. Hoy, el río es un símbolo de la nueva Seúl y de un desarrollo que busca el bienestar humano (y natural) por encima de cualquier cosa.

Los proyectos de recuperación del espacio urbano suelen ser recibidos con reticencias por el público. En México, grupos organizados se han opuesto a casi todo proyecto de esta naturaleza, desde la transformación de la calle Madero, hasta las estaciones de ecobici y los parquímetros. La mayoría de los que alguna vez criticaron, hoy disfrutan estas transformaciones urbanas. Por eso se requiere políticos valientes, capaces de enfrentar la adversidad y el conservadurismo, con visiones a largo plazo para transformar una ciudad.

Hace unos años, arquitectos y pensadores mexicanos propusieron regenerar los lagos y canales  de la CDMX para recuperar el medio ambiente y reconstruir el tejido social de zonas marginadas. Otros han propuesto desentubar ríos como el Río de la Piedad, y algunos más desentubar el Canal de la Viga, que fue puesto bajo chapopote apenas en 1957. Este tipo de proyectos pueden parecer utópicos, pero en los próximos años se volverán el pilar de la política pública en el mundo.

La CDMX ha cambiado de forma dramática en las últimas décadas. Lo que Monsiváis llamó la ciudad post-apocalíptica se ha convertido en una capital multicultural y global. Hoy la CDMX es una de las ciudades más vitales del mundo y la capital cultural del continente. Para gobernarla no se puede ser cortoplacista. La Ciudad necesita visión, innovación y proyecto. Ante la magnitud de la tarea, la mayoría de las propuestas de los que buscan gobernarla se quedan cortas. La dinámica de la Ciudad no puede ser reducida a políticos que entienden la ciudad como un cúmulo de servicios públicos. Hablar de agua, transporte, vialidades es una obviedad, no un proyecto.

Por otro lado, una visión innovadora está siendo ejecutada de forma audaz en una de las alcaldías más complejas del país. Clara Brugada ha puesto en marcha un programa urbano que ha llamado “Utopías”. Hablar de utopía en Iztapalapa puede parecer paradójico, pero más bien es visionario. Recuperar el espacio público es la mejor manera de reestructurar la fibra social y crear ambientes sanos y seguros.

En medio zonas densamente pobladas, Brugada ha erigido centros culturales y ambientales (Utopías) que dan servicios gratuitos a la población. En una Utopía, la gente de Iztapalapa puede tomar clases de cine, hacer ejercicio, nadar, o trabajar en un huerto urbano. Las utopías tienen centro de adicciones, residencias para mujeres y espacios deportivos. Se trata de un oasis en medio del chapopote urbano. Espacios que han restaurado la dignidad y el potencial de los habitantes de esta zona. Las Utopías repiensan la ciudad a partir del espacio, de la naturaleza y de la cultura. Con ellas, Brugada ha desafiado la cotidianidad política con creatividad y proyección.

Las ciudades de hoy necesitan proyectos con visiones holísticas. La administración de Mancera nos dio la dura lección de que ser un funcionario eficiente no te vuelve un buen Jefe de Gobierno. En ese sentido, la conversación por la Ciudad tiene que madurar y evolucionar, transitar del parroquialismo de los “servicios públicos” o la “seguridad” a plantear visiones de vanguardia sobre la ciudad que queremos construir. Esto no es una visión ingenua, numerosos ejemplos demuestran que transformar el espacio público, transforma también la seguridad, la economía y la salud mental de las ciudades.

En 2003, el alcalde de Seúl, Lee Myung-bak, fue criticado por la osadía de regenerar un río y pensar la ciudad de una forma distinta, pero pocos años después fue premiado al ser votado presidente. La CDMX necesita también de gente que se atreva a pensar distinto, a desentubar ríos o recuperar lagos, a construir utopías o parques, a pensar en el peatón, en el ciclista y en el transporte público innovador y limpio.

En la elección de la CDMX están de un lado los que han construido para enriquecerse y en el otro los que han re-construido para enriquecer a los ciudadanos. Sea quién sea el próximo jefe de gobierno, lo que hizo Clara Brugada en Iztapalapa debe ser el pilar de la Ciudad de México del futuro.

Analista político

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