Hay muchos heroísmos cotidianos. Son tantos que amenazan con asfixiarse en la rutina. El teatro y todas las escenificaciones posibles son un ejemplo de heroísmo entre la esperanza y el desespero, entre la gracia y el agradecimiento.

Agradezcamos, pues, a la Casa del Lago, dirigida de modo espléndido por Cynthia García, el abrir espacios a manifestaciones visuales, corporales, verbales como “Nosotras somos el tiempo”, de la Compañía Pentimento.

El sábado 20 y el domingo 21 de enero de este 2024 pudimos ver una intervención escénica de Pentimento en tres fases.

La primera consiste en una secuencia de sentencias, reflexiones, comentarios que se proyectaron en el muro norte del histórico inmueble del antiguo Automóvil Club (1910), posteriormente herbario de la Universidad (hacia 1930), germen del Instituto de Biología, y desde 1959 ya formalmente Casa del Lago de la Universidad Nacional Autónoma de México.

La segunda es una carta que Tae Solana le dirige a la Ciudad de México, antes df, hoy cdmx.

La tercera es una secuencia de imágenes de zonas corporales, proyectadas en la fachada oriental del edificio.

El nombre de la heroica, valiente compañía puede darnos elementos para asomarnos a la estética subyacente: Pentimento son las trazas de modificaciones que alcanzamos a percibir en un cuadro; hoy los rayos infrarrojos y otras técnicas nos permiten entrever qué modificaciones ha hecho la mano creadora antes de mostrarnos sus decisiones definitivas en la superficie visible del lienzo, muro u hoja blanca.

Pues bien, las tres fases acaso se proponen transmitirnos la intuición de que nuestra propia vida es un permanente pentimento, un borrarnos, matizarnos, regresar, acariciarnos la pierna (primera escena de la tercera fase, segundo piso de la fachada oriente) y después rascarnos con cierta insistencia (primer piso), en un juego entre el eros escenificado (la mano levantó la tela como un telón antes de iniciar las caricias de la imagen del segundo piso, sin que sea absolutamente claro si la mano pertenece o no al mismo cuerpo) y lo ordinario de las urgencias de la propia piel: justamente rascarse, por ejemplo.

Muchos de los brevísimos textos de la primera parte comienzan con la palabra “Hoy”: el día, el aquí y ahora, en un péndulo entre las frases programáticas y las frases relacionadas con los estados de ánimo, los deseos mediatos e inmediatos, las vulnerabilidades, el propósito de unir a las mujeres en proyectos compartidos.

Si “nosotras somos el tiempo”, el “hoy” es la manifestación más clara del devenir con todas sus rugosidades, como las de las facciones cuando se proyectan sobre ventanas y puertas de un edificio ya de suyo testigo del tiempo: “Hoy nuestro cuerpo se siente ligero”, “Hoy nos sentimos en peligro”, “Hoy estamos ansiosas”.

La carta de Tae Solana es personal y colectiva, como a fin de cuentas lo es toda auténtica expresión–experiencia artística. Tae encara a la metrópoli con una síntesis verbal, vocal, tonal que retoma, revisa y supera el tópico–binomio del amor–odio. “Pata de perro, culo de mal asiento, como me decía mi abuela”: el fundamentalísimo derecho a la movilidad sufre la amenaza permanente de los exhibicionistas, los abusadores, los asaltantes, los peligros de una “pequeña gigante” urbe a la que no podemos solamente amar o solamente odiar, una urbe que se nos mete en el cerebro y las costumbres y que también se mete entre nuestras palabras, pues por ejemplo mientras Tae leía su magnífica misiva de frases fuertes y pregnantes se nos coló una cancioncita de los años sesenta (dilución del rock contestatario en baladas de tránsito masivo aún ahora), cancioncita que era un “Aquí estoy” de la Ciudad, un “Aquí sigo”, proveniente desde alguna colonia próxima hasta el espléndido foro del balcón del segundo piso oriente, ante la terraza donde se colocó el público y ante el lago cada vez más oscuro mientras caía una noche de aire fresco y nubes blancas.

Las puertas y las ventanas sirvieron de soporte material y a la vez de reformulación, juego, especie de pentimento de las imágenes grabadas y proyectadas: se trata de intervenir sobre la marcha lo ya registrado.

Después de una primera fase verbal–escrita (las sentencias en la pared norte) y de una segunda fase leída y contada (Tae), la tercera fase es visual, y esbozos de historia se van insinuando en ojos, manos, hombros, figuras de pie, figuras recostadas, una posible pareja y finalmente, ¿finalmente?, una joven en la etapa culminante del embarazo: manos que acarician el vientre, vientre que parece reaccionar, responder.

Al término de la obra y ya transcurridos los créditos en la pantalla, la vocera nos invita a que asistamos a las siguientes funciones, pues cambia la sede y entonces cambia el diálogo con el inmueble intervenido. “Nosotras somos el tiempo” se andará por la ciudad y luego visitará Guadalajara.

Ya sobre Paseo de la Reforma, la urbe se percibe mejor, resonantes todavía las sentencias en la pared, la carta de Tae Solana y las imágenes en la fachada oriente.

Allí mismo un mastodonte humano reclama algo a una joven y la alecciona sobre quién sabe qué negocios y personas y astucias; señala hacia el interior mientras se cierran las puertas al Bosque y a la Casa. Allí mismo un autobús se pasa el alto. Allí mismo estallan olores como aquellos a los que aludió Tae. La ciudad, en fin, se enterca, y aun así durante el regreso a casa los sentidos se sienten animados gracias al vivo heroísmo del arte, tantas veces casi anónimo.

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